La tarde cae cálida, una mezcla delicada de arreboles se difumina en el cielo, tonos cobrizos se reflejan en un suelo cubierto de pequeñas lágrimas de cristal, el granizo, ya decantado empieza a evaporarse mientras un tímido sol de la tarde lo funde con torrentes de agua turbia que llevan pequeñas ramas y hojas por los canales de concreto.
Me ha costado mucho escribir este texto, ideas pasajeras que se mezclan en el corazón, se decantan y se vuelven a ir, después de la temporada de seminarios en latino América del Shihan Pedro Fleitas, este me pidió escribir un texto, he tratado de sentarme a escribir varias veces sin éxito solo contemplando el cursor intermitente en la pantalla del ordenador, una cantidad de sentimientos e ideas que simplemente no puedo plasmar con claridad, un misterio que cuando creo entender se disipa como el humo en el viento.
El veneno que se esconde tras la belleza….
Desde hace un tiempo vengo pensando en la teoría de la evolución, sé que hay personas que tienen ideas diferentes sobre el tema, pero les pido que tengan una mente abierta en aras de poder entender el concepto que quiero explicar. En la teoría de la evolución no existen animales superiores, no hay una teleología, es decir no se avanza hasta un máximo, que según muchas teorías antropocentristas es el hombre. Cada especie va a la delantera de su propia evolución, es decir, no vamos de primeros, vamos hombro a hombro con los caracoles y los tigres, los lobos, los dragones y una que otra mariposa.
Recuerdo en una conversación que tuve con mi maestro y mi madre, estar preocupado porque algunos de los comentarios de mi madre pudiesen ofender o importunar a mi maestro, rápido y diligente le dije a mi madre “Mamá! No digas eso”, Pedro me miró y me dijo: “No la censures, Ningún tipo de censura, deje que se exprese como ella es”. Asentí en silencio…
Hablando con mi alumno y amigo Juan Rincón sobre el sentimiento de la clase y recordando el concepto de la espera, decía “Hay que dejar ser a Uke, dejarle reaccionar y tomar la oportunidad”, Los conceptos se entrelazan de lo cotidiano al budô, del budô a lo cotidiano, a la vida misma, como un tejido de rayos de sol en una habitación sombría, solo el polvo te permitirá ver los caminos que dibujan mientras es iluminado por la luz.
Creo que en la Bujinkan es igual, nos preocupamos por ver quién es mejor o peor, quién hace esto o aquello, quién es más evolucionado y no dejamos ser a cada una de las “especies” de Budôka que coexistimos en el tatami… Nos maravillamos ante los tigres y dragones, despreciando a las cucarachas, a las lentas tortugas, a las feas ratas y a los despreciables gusanos. En caso de un holocausto nuclear, los gusanos y las cucarachas se alimentarán del cuerpo de los caídos tigres, y todas estas especies rastreras sobrevivirán y pasarán a la posteridad. Uso los adjetivos descalificativos a propósito, creo que evidenciando el prejuicio es más fácil combatirlo, es como cuando no se conoce la causa de la enfermedad no es posible dar cura al problema de base. En el dôjô vemos personas que no aprenden al ritmo que queremos, que no se mueven como lo esperamos, que no dicen las cosas que creemos correctas, estrictamente hablando, ¿Esto les da menor posibilidad de sobrevivir en la vida real? Buena pregunta…
En la teoría de la evolución se dice que mientras más características distintas tengan un grupo entre sus individuos, más posibilidades de sobrevivir tiene la especie. Si te detienes a mirar el Arte del Sôke Masaaki Hatsumi, que más variedad podrás encontrar. Así que no te desanimes si no vuelas como los dragones, no temas si no piensas como el tigre, eres tú y si estás entrenando, estás justo donde debes estar y eres tan tan importante, hombro a hombro con todas las especies, parados todos juntos sobre el tatami.
La noche calla, el ruido de la afanada ciudad choca contra mi ventana, tratando de entrar como una bestia enardecida, el sabor del té se funde en la boca y el incienso llena la habitación, trato recordar el dôjô de mi maestro, pero todo lo que evoco es el sonido de una pileta de agua, el olor a almendras y el sonido del viento aullando por la calle, por un momento estoy en Telde, en casa…
No hay fronteras, suelo repetir: “Mi maestro me dijo que la distancia no existe”, las personas me dicen que no es verdad, que obvio que hay distancia, una cosa está separada de la otra. Entonces como es que estoy conectado justo en mi corazón con un montón de seres maravillosos que están regados por todo el mundo, solo tengo que cerrar mis ojos y respirar profundo y sentirlos a mi lado, no hay distancia, ignoro el nombre de mis vecinos y sin embargo puedo recordar el aroma de la pizzería de Nano y el sabor de la Mama Juana (Es un pastel jajaja por si acaso) como si estuviera allí sentado en este preciso instante. No estoy allí, estoy en mi casa, pero estoy en un montón de sitios a la vez, conectado con un todo, con mis memorias y las de aquellos seres con quién he cruzado, en una maraña simultánea en una vida indivisible.
Aprendí de mi maestro la coherencia, ser quién se es y vivir de acuerdo a la propia medida, recordando la existencia del otro, manteniéndose en un delicado equilibrio entre estar adentro y afuera, viendo con los ojos los reinos de lo real y lo fantástico unidos, sosteniéndose de la vida con la punta de los dedos y moviéndose con el corazón.
De toda una temporada de personas maravillosas, de encuentros y alegrías me quedo con este sentimiento en el corazón, quería compartirlo con ustedes.
Nos vemos pronto en el tatami
Felices fiestas para todos!
Un abrazo desde la montaña…
David, Byakko