WEDNESDAY, DECEMBER 7, 2016
La noche cae profunda, un frío manto de estrellas pegadas en un fondo negro denso, alumbran desde la distancia contando historias que ya son parte del pasado.
El silencio se rompe con suavidad con las palabras de Carlos Varela..
“Una palabra no dice nada
Y al mismo tiempo lo esconde todo
Igual que el viento que esconde el agua
Como las flores que esconden lodo.
Una mirada no dice nada
Y al mismo tiempo lo dice todo
Como la lluvia sobre tu cara
O el viejo mapa de algún tesoro.”
El cuerpo aún embriagado por el movimiento reposa en la sensación profunda que produce la sensación del espacio. La cabeza, pasmada, reconstruye el día como si fueran páginas de un diario… Si tan solo fuera tan fácil evadir un golpe como evitar una discusión, si tan solo fuese tan fácil lanzar un oponente al suelo como es deshacerse de un recuerdo triste o un sentimiento desagradable.
La experiencia en el tatami no es garantía de nada… años y años de práctica y es frustrante caer en los mismos embrollos interpersonales a los que me someto. Tantos años de escuchar a los maestros y repetir sus palabras, tratando de interpretar sentimientos, procurando copiar las formas en el espacio, sangrando y sudando y aún no me han permitido entender el valor de lo que significan sus enseñanzas. Cuántas veces la repito en conversaciones como si fuesen preciosos adornos del discurso de mi ego, y realmente son las palabras de alguien que simplemente no puede apreciar la totalidad de su profundo significado…
Veo la superficie, la cual araño pensando que es el fondo…
Mi perspectiva, sesgada, me llena de miedos, prejuicios e inseguridades…Mi corazón, temeroso, se encierra en realidades alternas por miedo a conectar de verdad…
Pero sigo entrenando…
No sé donde estaría si no hubiese dedicado tantos años a sudar en los tatami alrededor del mundo, siendo alrededor de 20 años llenos de experiencias. Los viajes, ahora parte de una curiosa rutina de entrenamiento internacional me han permitido la conexión con maravillosos seres humanos y lugares de ensueño, pero también con situaciones tristes, grandes momentos de soledad, pérdida de conexiones con otras personas.
He pensado en dejar el camino tantas veces, moretones en el cuerpo, golpes en el ego, tres dientes menos, un par de costillas dañadas, una fractura en la mano…
Aún recuerdo un Febrero frío en Japón… 2008 tal vez?
Recuerdo bajar del tren en la estación de Nodashi, era una fría noche invernal, con gotas heladas que queman la cara. Se me había indicado tomar un autobús gratuito al hotel, al llegar el último de ellos partía con puntualidad japonesa mientras yo me empapaba bajo una lluvia de agujas de hielo. Decidí caminar al hotel, el tramo no era muy largo, tal vez unos 30 minutos. Halé mi maleta mientras sentía que la piel se pegaba al gélido metal de la manija. La primera frase en mi mente “¿Yo que hago aquí?”…
Mis pies se dormían por el frío de un sin fin de charcos que navegué, mi manos entumidas y moradas temblaban y dolían, mis ojos se perdían entre las luces de neón de las pequeñas tiendas y los faroles de las calles, mi mente repetía como un mantra “¿Yo que hago aquí?”…
Una sensación mezclada de desesperanza, ira, frustración y tristeza..
La puerta del hotel se abre… en un cálido lobby está mi maestro y algunos de mis amigos marciales… Mi maestro me abraza y me dice “Tienes 10 minutos para cambiarte que nos vamos para la clase”. Momentos después estábamos disfrutando de la clase de Hatsumi Sensei y el corazón en un instante olvidó el frío de la lluvia que caía silenciosa en la calle de al lado. Esos momentos felices se marcan en el corazón como tatuajes del alma, cuanta alegría se obtiene al ver a personas como mi maestro o el maestro de mi maestro, donde el tatami y la vida son una sola, donde las enseñanzas son vivas y no líneas en un texto, es tan fácil repetirlas allí, es tan fácil replicar con el modelo a tu lado.
Mi primer viaje a Canarias… hace más o menos 15 años…
Esperando un sábado en la mañana a la que la puerta del dojo en la calle Eduardo Dato fuese abierta, horas tal vez, pensé… “Es lo más lejos que he estado de casa”. Vi al maestro Pedro el día martes, tal vez pasé hasta ese día sin hablar ni cruzarme con otro ser humano, solo tuve por compañía una gata negra de nombre “Moganera” (Pues venía de Mogán, al sur de la isla).
Y si señor Varela, como en su canción, las flores esconden lodo… y eso es maravilloso.
Keep Going!
Volando sobre el pacífico
Un pensamiento aislado
David Palau
Komyo Ryu Alumno de Un Ryu